Buen día, Dios quiera que empieces una linda semana. Dios quiere que empecemos una linda semana. Acordémonos que no hay mejor manera de arrancar el día, de empezarlo, que estar escuchando la palabra de Dios. No a mí, ni a otros, sino la palabra de Dios. Nunca te olvides de eso y nunca te canses de hacerlo.
Después de un tiempo largo, casi tres meses, entre Cuaresma y la Pascua, retomamos lo que llamamos, el tiempo ordinario o el tiempo común o tiempo durante el año de la Iglesia. Así es cómo la Iglesia divide en diferentes modos el tiempo litúrgico, para ayudarnos a compenetrarnos cada vez más en la vida de Jesús. Por eso retomamos la escucha del evangelio de San Marcos. Seguiremos leyéndolo de manera continuada, desde el capítulo 12, y eso nos ayudará a seguir el hilo de lo que este evangelista quiso dejarnos sobre la figura de Jesús, su mirada sobre él, qué pensó y qué supo de él. Cada evangelista nos da su propia mirada del misterio de Jesús según la tradición que recibió de otros. Marcos era discípulo de Pedro, por eso se sabe que su evangelio proviene directamente de los relatos que suponemos y sabemos, mejor dicho, que recibió directamente de él y que fue el primero en escribirse. Es corto, de alguna manera, podríamos decir, sencillo, pero no por eso menos profundo, escueto, sencillito. Nos quiere mostrar a un Jesús muy humano, por decirlo así, lleno de gestos de cercanía, pero, al mismo tiempo, un Jesús sufriente. Un Mesías sufriente, que no le gusta que lo exalten al modo humano, sino que, incluso, no quiere que sepan que era el Mesías. Y será desde su sufrimiento en la cruz donde se manifestará su divinidad. Qué misterio. Desde la cruz un centurión lo proclamará Mesías.
Verdaderamente este era el hijo de Dios. Seguramente algo extraño a nuestros oídos, pero nos ayudará. Nos hará muy bien. Por eso, la pregunta de fondo de este evangelio, y que te animo a que te la hagas hoy también, es: ¿Quién es realmente Jesús? ¿Quién es realmente Jesús?
Yendo a Algo del Evangelio de hoy, podríamos decir que el fin de la parábola que Jesús le cuenta a los fariseos, a los escribas, es revelar la ignorancia del hombre cuando se cree el dueño de las cosas que, en realidad, son de Dios. Con esto los confronta con su propia historia, con la historia del pueblo de Israel que rechazó los enviados de Dios, pero también con la historia del ser humano, de toda la humanidad. Con nuestra historia también, con la tuya y la mía.
Dios, que nos dio todo, nos ha dado todo, plantó una viña, para que podamos vivir y alimentarnos de ella, o sea, nos dio todo este mundo. La creación maravillosa la “cercó” de alguna manera. Le puso ciertas normas, ciertas reglas que teníamos que respetar. Las normas que nos quieren conducir a vivir la vida entre nosotros en paz: los mandamientos. Nos dejó también “una torre de vigilancia” porque también, de alguna manera, se quedó él, para custodiarnos, no para castigarnos. Como Padre que ama. Y nosotros qué hacemos. Sin querer o queriendo, matamos a los enviados de Dios que vienen a buscar lo que, en realidad, es de él, y no nos damos cuenta de que él se hizo presente en muchísimos momentos de la historia.
Pero, pensemos en nuestra historia, en la personal. También nosotros, a veces, sin querer nos “adueñamos” de las cosas de Dios, de los frutos de esa viña que él nos regaló. Muchas veces no nos damos cuenta y no dejamos que él venga a cosechar lo que es de él. Nada es nuestro. Todo es de él. Nada es de nadie y todo es de todos. Nadie puede decir que es dueño de las cosas y de la creación, solamente un corazón soberbio. Nadie puede adueñarse de las gracias y de los carismas que Dios da.
Todo esto, que parece tan raro, es así; es el plan original de Dios Padre, que el hombre se encargó de destruir lentamente y Jesús vino a reparar. No pensemos que todo lo que nos rodea es “mérito” nuestro, todo lo que hicimos.
¿Quién decide qué es lo que se merece cada uno? En realidad ¿no nos merecemos, de alguna manera, todos lo mismo o en la medida que podemos recibir? Tenemos que aprender a compartir, y a no pensar que las cosas que alcanzamos a tener en la vida son por puro mérito nuestro. ¿Quién puede decir que tiene todo por mérito propio?, ¿Quién puede decir eso? Cuidado con adueñarnos de los regalos que Dios nos dio y los hemos hecho fructificar por nuestro esfuerzo. Es verdad. Cuidado con adueñarnos de las gracias de Dios. Cuidado con adueñarnos de las cosas de este mundo, de la Iglesia, de mi servicio, de mi comunidad, de mi parroquia. ¡Cuidado! Todo es gracia. Todo es don de Dios.
Si no aprendemos a mirar la vida de esa manera; podemos ser como estos hombres, que van matando lentamente a los enviados de Dios, que vienen a buscar a nuestra viña los frutos que le corresponden a él. Si miráramos la historia de la vida así, si miráramos la historia de nuestra propia vida así, con qué gratuidad viviríamos, con qué gratuidad viviríamos cada día…
Que tengamos un buen día. Que tengas un buen día y que puedas vivir así, con gratuidad, con una acción de gracias continua en el corazón, reconociendo que todo es regalo de él.